Espiritualidad

La espiritualidad para mí es la manifestación de la vida; la noción de que estamos interconectados como un todo. Es un estado de conciencia de nuestra existencia como parte de un organismo diverso, en ese sentido la manifestación de la vida es fluida e ilimitada: un continuo vibratorio de energía cósmica.

La espiritualidad es también un estado de conciencia y apertura hacia la vida misma.

Pasé la mayor parte del tiempo de mi vida actual tratando de ser lo que pensaba que se suponía que debía ser: una buena mujer. Para mí, ésta ha sido una lucha real, la mayoría de nosotros experimentamos conflictos similares al tratar de ser algo que no somos. Pasamos buena parte de nuestro tiempo tratando de encontrar lo que nuestras familias, amigos, socios, amantes; en fin, lo que la sociedad, la religión y la cultura quieren que seamos. Vivimos nuestras vidas a través de este difícil lente de nuestra propia imagen y cómo deberíamos lucir y Ser. Las mujeres, especialmente, nos enfrentamos a una misión mortal: ser buenas, agradables pero no demasiado agradables; hermosas, suaves; el “sexo débil”, siempre necesitadas, dramáticas pero no demasiado dramáticas. Ni demasiado inteligentes, ni demasiado sensibles y olvídate de tener una intuición que te hable. En realidad, que una mujer sea demasiado inteligente es muy inconveniente y les aseguro que rebelarse de estos límites es un camino doloroso a seguir. Para sobrevivir, las mujeres debemos permanecer calladas y escondidas. Y sobre todo, no debemos brillar demasiado. Nuestro poder debe estar disminuido, disimulado y tímido. Una mujer no debería ser demasiado visible porque es peligroso: te pueden atrapar y quemar viva. A las mujeres se les permite ser buenas pero no grandes.

Cuando experimenté la muerte en primera persona después de mi accidente automovilístico el 28 de agosto de 2015, cambié ipso facto. Ese choque fue un símbolo: una pared que golpeé para encontrarme. De repente me desperté con una clara comprensión del poco tiempo que tenemos. Durante el proceso de recuperación que duró 8 meses, revisé todos los aspectos de mi vida: relaciones, experiencias, emociones, pensamientos. Me senté frente a mí durante mucho tiempo y enfrenté mi vida—lo que me gustaba y lo que no me gustaba de ella. Me encontré muriendo por vivir en piloto automático, esforzándome por complacer a los demás, y profundamente, triste. Perdí las ganas de vivir, me sentí emocionalmente entumecida y completamente alienada de mi propia vida. Renuncié a todo: a mi seguridad económica, mi imagen, mi hogar, mi familia, mis amigos, el trabajo de mi vida. Ya no tenía dónde esconderme. Estaba desnuda y vulnerable, parada ante la incertidumbre y lo desconocido. Sabía que quería cambiar y vivir mi vida siguiendo solo mi corazón. No buscaba ningún significado, ningún propósito, ninguna verdad, sino la experiencia de sentirme viva en plenitud y serenidad. Todo cambió para mí después de esa experiencia, y con solo tomar una acción en la dirección correcta, toda mi realidad se reconfiguró. Se abrió otra dimensión. Me transformé y crecí en el proceso de curación, y me encontré a mí misma. Me encontré con el yo genuino que podía ver y atravesar cualquier cosa, pero sobre todo vi la plenitud de mi propia vida. Tomé la decisión de confiar en mi intuición y en mi cuerpo: confiar en mi Ser , comprometida con su propia verdad. Experimenté dolor físico durante mucho tiempo. Mi cuerpo aún guarda el recuerdo de todo ese trauma. El cuerpo, esta sofisticada maquinaria que habitamos durante un tiempo, siente enseguida cuando algo no va bien. En ese momento mi mente, mi alma y mi cuerpo estaban completamente desalineados, completamente desafinados. El contenido de mi mente era una realidad separada de lo que realmente quería mi corazón. Estaba disociada y separada de mi cuerpo. Vivía en conflicto y contradicción. Estaba muy lejos de mí misma.

El camino espiritual es una elección que uno hace por voluntad o por necesidad. No es necesariamente el camino más fácil de tomar, sino el que es necesario para alinearte profundamente con lo que tienes que hacer. Y cada vez que un oráculo, un místico, un mago, un sabio, se cruzaba en mi camino para entregarme el mensaje de “hacer lo que tengo que hacer”, siempre me preguntaba: “pero, ¿qué es eso que tengo que hacer? No sé qué es ¡Por favor, dime!” Y la respuesta siempre fue la misma: “sabes lo que tienes que hacer” . Luché durante mucho tiempo tratando de encontrar una respuesta concreta a este enigma para llegar al hecho de que no existe una palabra que pueda expresar lo que eso es. Es cierto, hay ciertas expresiones de la existencia que no se pueden expresar con palabras. Pero uno las siente. Una parte dentro de ti te dice qué es eso y si vibras con ello. Si uno presta suficiente atención, ese milagro ocurre todos los días con lo que comes, lo que dices, lo que haces. Así que, sí sabemos lo que tenemos que hacer y lo que no debemos hacer. Lo sabemos todo el tiempo . ¿Pero realmente escuchamos?

Nuestra piel, nuestro estómago, sienten la vibración dentro de todo lo que nos rodea y reaccionan liberando sustancias químicas y generando tensión energética para que nuestros músculos se contraigan o se expandan. Todo nuestro sistema habla. Necesitamos volver y recordar este lenguaje olvidado de la naturaleza. Necesitamos salir del entumecimiento y la insensibilidad. La primera persona a la que debemos mirar es a nosotros mismos porque somos permeables. Todo nos afecta, como nosotros afectamos al resto del sistema. Y lo mismo ocurre con todo lo demás que existe. Algunas cuerdas vibran en la misma frecuencia, creando armonía y otras están en oposición, creando disonancia. Esta es la naturaleza. La aceptación y la resistencia son los pasos fundamentales en la danza del equilibrio. Y esto es clave, porque, para mantener el equilibrio mientras interactuamos y estamos abiertos, necesitamos construir ambas: aceptación y resistencia.

En la aceptación, estamos recibiendo o dando entrada a algo que nos agrada. Lo asimilamos . En la resistencia, tomamos una posición definitiva ante algo que se nos opone. Nos cerramos a eso y eso que viene, no entra. Luego tenemos otros “instrumentos” que ayudan a componer nuestra música personal: las sensaciones y las emociones. En pocas palabras: nuestra sensibilidad. El cuerpo siente las sensaciones que producen las vibraciones que viajan en el espacio, originando respuestas eléctricas y químicas que dan lugar a nuestras emociones y este proceso de digestión es lo que llamamos estado emocional. Si te observas a ti mismo cuando estás sintiendo una emoción intensa, descubrirás que es una ola. Comienza, llega a una cúspide y declina. Uno no siente amor solo por un milisegundo. La intensidad de las emociones puede hacernos sentir un subidón, un pico, como un alto voltaje que comienza y termina rápidamente. Y también puede hacernos sentir una profunda onda de extensión ilimitada, como ser un océano. Pero sentir [el amor] es siempre un proceso, un viaje que toma algo de tiempo. De allí la importancia de tomarse el tiempo para respirar. Si prestamos más atención a nuestras sensaciones y emociones, podemos desarrollar un buen sentido de aceptación y resistencia; un buen equilibrio. Esto se traduce en pensamientos y acciones más armoniosas y en saber cuándo decir sí y cuándo decir no.

Otras veces, aceptamos lo que nos viene en oposición y dejamos entrar esa ola. Significa tiempos difíciles porque ponemos en marcha un proceso de digestión disonante que tendrá la misma curva: comenzará, se desarrollará y alcanzará su punto máximo, y terminará. Pero creará un desequilibrio. Cuando decimos que sí a algo que sabemos que debemos decir que no, creamos enfermedad y sufrimiento. Creamos conflicto. La enfermedad y el sufrimiento provienen del desequilibrio de energía en nuestros cuerpos y mentes. Significan que hay un movimiento encontrado, una obstrucción, y la energía ya no puede fluir. Se crea un nudo, se estanca y revienta, y entonces viene una muerte para dar cabida a un renacer. Todas las fuerzas de la naturaleza ocurren constantemente a pesar de lo conscientes que somos de cómo funciona esta sinfonía.

Si conscientes, aprendemos a mantener la calma cuando nos enfrentamos al caos, a ser pacientes cuando nos enfrentamos a la incertidumbre, a estar tranquilos cuando llega la inestabilidad y en libertad cuando aparecen las limitaciones, estamos creando armonía y equilibrio. Es cuando ocurren estos procesos alquímicos y cuando somos conscientes de ello cuando somos responsables de nuestra intencionalidad a nuestras acciones. Es allí cuando la ola que estamos creando se expande, teniendo un impacto más allá de lo que cualquiera de nuestros sentidos puede alcanzar. A medida que aprendemos a manejar nuestra intención, aprendemos a manifestarla. En ese preciso momento es cuando nos damos cuenta de cuán inter, e intraconectados, estamos todos con la vida en su conjunto. Esta es la experiencia que vivimos cuando reconocemos nuestro Ser en la diversidad de nosotros mismos. Cuando me enfrento a una dificultad como ésta, a una contradicción o un conflicto, siempre me pregunto ¿qué tiene que enseñarme esta experiencia o qué está tratando de decirme la vida?. Y me encanta escuchar y aprender. Entonces, me siento con los ojos y mi corazón bien abiertos y observo mi miedo hasta que el miedo se revela. Literalmente me siento y hablo con él mientras medito, acepto el dolor que estoy experimentando y lo dejo ir, respirando. El dolor te mira a ti mismo y te muestra exactamente lo que tienes que dejar ir, para que puedas transformar el fuego en aire, el agua en tierra y crecer.

Ser parte de la fuerza que es la naturaleza y pertenecer a un sistema cada vez más grande como el cosmos significa que cuando te atascas y provocas que el sistema experimente una especie de “obstrucción” a escala, el cambio te golpeará. Esa es la belleza de la vida y el sistema del que formamos parte. Se autorregula y se regenera como la piel se cura cuando te cortas el dedo. Puedes encontrarte viva por elección o por la fuerza. Pero te enfrentarás a la vida, incluso si sucede en el último minuto antes de tu muerte. Comprenderás, tarde o temprano, de qué se trata la vida. Vivir y morir son las dos experiencias más intensas que jamás tendremos, así que tienes que ser amable contigo mismo. Ámate de verdad. La espiritualidad comienza dentro de ti mismo y contigo mismo. ¿Estás siendo amable con tu cuerpo, tus emociones y la forma en que te hablas a tí mismo? ¿O estás constantemente creando cárceles, violencia, caos, esclavitud, culpa, envidia y codicia? El espacio del dolor es muy solitario y aislado. Es el espacio del miedo y la inseguridad; el río de la duda. Al darte libertad, amor y justicia a ti mismo, estás dando libertad, amor y justicia a la vida. Lo que das a tí mismo, cambia todo. De repente, toda la realidad se transforma frente a tus ojos desnudos y comienzas a percibir el tipo de magia que es la vida. No hay apego, no hay miedo, no hay límites, no hay gurús, no hay dogmas, todas esas elaboraciones son solo fantasías. Manifestaciones del miedo y de falsas sombras. Fantasías que creamos porque no sabemos cómo vivir en la naturaleza usando nuestra energía y poder con el único propósito de la vida: Vivir. Nada más es necesario.

Cuando te enfrentas a tu propia muerte, todo cambia, para siempre. Nunca miras la vida de la misma manera que lo hacías antes. La forma en que existes ahora es muy diferente: tienes un sentido diferente del tiempo y el espacio, y otra mirada. Pasé por un largo período de tiempo en el que tuve que averiguar qué iba a hacer con el resto del tiempo que tengo en mi vida actual y qué tipo de relaciones quería cultivar con todo lo que me rodeaba. Entonces, dejé mi trabajo y me mudé a otro país para hacer lo que amo.

Cuando me resistía a perseguir lo que amo, lo que me movía por dentro, sentí que me estaba muriendo. Me sentí muy deprimida, perdida y agotada. Estuve enferma la mayor parte del tiempo. No quería escucharme a mí misma, y también estaba enojada e impaciente, creando una montaña de negación para tratar de enterrar esta pulsación que venía de mi interior. Y tiene sentido que todo esto haya sucedido así, ya que toda mi vida fui educada finamente para ser buena y perfecta, pero nunca genial o grande: una mujer de “90 grados”, demasiado asustada de hacer algo mal, de cometer algún error o fallar. Vivía en esta contradicción, sabiendo que si no hacía un cambio para responder a mi llamado a florecer, me quedaría sin saber lo que realmente puede ser la vida y lo que se siente vivirla como realmente soy.

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